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Cuando Allen Iverson anunció hace tan solo unas semanas que se retiraría de manera definitiva de la NBA, nadie podía creérselo. O mejor dicho, nadie quería creérselo. Pese a que era de esperar y desde hace un tiempo ya nos lo intuíamos, es difícil digerir que un tipo como ‘Al’ cuelgue definitivamente las botas.

Que decir de él. Es y será un jugador irrepetible. Ese hombre atrapado en un cuerpo de adolescente (1,83m y 75kg) que dominó la mejor liga del mundo. Y es así, puesto que si Jordan paseó a sus anchas por la NBA en la década de los 90, Iverson hizo lo propio en la década de los 2000, o como mínimo, en la primera mitad de esta. El número uno del draft de 1996 despertó a una franquicia inmersa en el fracaso desde los años 90. Fue cuatro veces máximo anotador de la liga, 10 veces miembro del ‘All Star’, MVP de la “regular season” en 2001, e incluso llevó a los Sixers a unas finales de la NBA (también en 2001). Aunque siempre le faltó una mejor compañía para conseguir el preciado anillo.



Por contraposición, ‘The answer’ siempre fue también un jugador rebelde y difícil de controlar fueras de las canchas. Básicamente era el tipo de yerno que pocas madres querían tener, extradeportivamente hablando claro. 


Así se puede resumir la carrera de Allen Ezail Iverson, que hace unos días se despidió oficialmente ante los medios y en el escenario donde él mismo reinó, el Wells Fargo Center. Pero esa noche ocurrió algo más.

Llamemosló magia o simplemente fue casualidad, aquel partido me recordó a la mítica película "El sexto hombre". Básicamente el film cuenta la historia de dos hermanos (Antoine y Kenny) que juegan en el mismo equipo. Pero durante un partido, Antoine sufre un caída y muere. Entonces kenny, hundido por el fallecimiento de su hermano, le pide que vuelva, que lo necesita. Antoine aparece en forma de fantasma (que solo Kenny puede ver) y así logran volver a jugar juntos. Y ganar. Pues bien, el alma ganadora de Iverson apareció en el parqué al más puro estilo de Antoine Tyler, el mayor de los hermanos, mientras que el joven Carter-Williams se disfrazaba de Kenny para guiar juntos a los Sixers hacia la victoria. Lo hicieron aquella noche mágica contra los campeones, Miami Heat. Pero no se quedaron ahí, al día siguiente repetirían la hazaña con los Nets de Brooklyn. El equipo llamado a hacer tanking esta temporada había doblegado a dos de los mejores equipo de la conferencia este. Sin duda alguna, una historia de película.

No volveremos a ver a Allen vestido de corto y defendiendo la camiseta de Philadelphia, pero de lo que estoy seguro es de que su espíritu quedará para la posteridad en la memoria de todos los que disfrutamos con su juego. Y si encima ayuda a los Sixers a ganar, pues mejor que mejor.

Cristian López Ramírez
@cr23lopez

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