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Hace pocos días leía un artículo en ESPN, titulado “maestros del control”, en el se defendía a jugadores -especialmente a Chris Paul-, para los que el cerebro prima sobre la verticalidad. Atletas condicionados a sistemas, muchas veces impuestos por ellos mismos, pero que en contadas ocasiones dejan sitio a la improvisación más física. A las resoluciones que nadie espera, y en definitiva, a su lado más animal. 

Por supuesto, quiero dejar claro que no los estoy criticando en ningún momento. Todo lo contrario. Benditos sean. Pero hoy me gustaría ponerme en defensa de los jugadores opuestos. Los “desequilibrados”. Los que transforman el juego sistemático en una autentica locura. Y bendita sea también esta locura. Los maestros del descontrol. 

Jugadores que no entienden de sistemas establecidos, pizarras, ni jugadas ensayadas. Fuerzas de la naturaleza, donde el talento, y en este caso el físico, se imponen sobre la táctica. Mentes desequilibradas que enriquecen el juego a su manera, y en las que no existe lo que en Estados Unidos se conoce como ‘Basketball IQ’. Y dentro de ellos, el ejemplo más clarificador sería Russell Westbrook. 

Westbrook pertenece a esa estirpe de jugadores abocados al extremo. Veloz, fuerte y dinámico hasta límites insospechados. Su cabeza no entiende de término medio. Sin lugar a dudas, la potencia es su mayor virtud, pero al mismo tiempo también es su más odiado (por otros) defecto. Pues el orden, la calma y la dirección (aspectos que asfixian al bueno de ‘Russ’), que definen su posición de base, le suscitan criticas que, al igual que su naturaleza, muchas veces carecen de equilibrio. “Muchas de las cosas que hago parecen mucho peores de lo que realmente son”, declaraba el propio jugador.

En cada partido, no hay menos de 10 o 12 ocasiones en las que Westbrook cruce la media pista y se lance directo al aro o simplemente se levante a 5 o 6 metros para dejar un tiro en suspensión. Con todavía más de 15 segundos en el reloj de posesión, como si cuatro compañeros más fuesen demasía, y como si 24 segundos significase una eternidad. 

La lógica nos tiende a decir que esos tiros son malos. No obstante, la realidad remite a que, cuando Westbrook se levanta en suspensión, es prácticamente imposible defenderle. O tira cómodo, o haces falta. No hay más. El problema surge a raíz de que falle el tiro. En ese instante, en el ambiente se queda la sensación de haber errado un tiro que no debería haber puesto en marcha. 

Asimismo, la tarea (y a la vez privilegio) de tener que convivir con el mejor anotador del planeta, también le provoca la eterna sensación de que se juega más posesiones de las que su rol le permite. Sin embargo, de lo que muchos no se dan cuenta, es de que ‘Russ’ es un perfecto desatascador de defensas, e increíblemente eficaz cuando Durant es sometido a 2 contra 1 constantes. 

Russell Westbrook parece condenado a vivir con la espada de Damocles eternamente, cuando en realidad los grandes problemas de los Thunder no llevan ni siquiera su nombre. Una mayor anotación interior, decisiones técnicas que resultes decisivas, etc. 

Estos cabezas pensantes seguirán alabándole en las buenas y odiándolo en las malas. Pero él continuará jugando así. En base a un estilo de juego tan particular como el propio jugador.

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